CAPÍTULO
II: LA ÉPOCA DE LA TRANSICIÓN: DE LA SOCIEDAD FEUDAL A LA SOCIEDAD BURGUESA
(SIGLOS XV-XVIII)
Comprender el
tránsito, en Europa occidental, de la sociedad feudal (caracterizada por el
predominio del trabajo servil) a la sociedad burguesa, donde dominan las
relaciones de tipo capitalista (caracterizadas por la separación entre trabajo
y medios de producción y por la conformación de un mercado libre de trabajo
asalariado) implica el análisis de una serie de etapas, marcadas por profundas
transformaciones económicas y sociales.
1.
La
expansión del XVI
A partir de 1317
comenzaron a registrarse en Europa las primeras crisis cíclicas que sacudieron
las bases del sistema feudal. Malas cosechas (por problemas climáticos y
fundamentalmente por tierras desgastadas) se tradujeron en hambrunas y
epidemias. La mortandad fue acompañada por la huida de los campesinos que
abandonaban los campos. De este modo, en 1348, la peste negra cayó sobre una
población ya profundamente debilitada y creó verdaderos vacíos demográficos. El
problema principal fue la falta de mano de obra, de brazos que trabajasen la
tierra.
La crisis del siglo
XIV fue una crisis económica (llamada por algunos autores, como Eric Hobsbawm,
la crisis de la “agricultura feudal”), pero fundamentalmente fue una crisis
social: el debilitamiento de los vínculos de servidumbre puso en jaque las
bases del poder de los señores feudales.[1]
Los movimientos
campesinos (la jacquerie, en Francia
en 1358, y los levantamientos ingleses en 1381, entre otros menores) fueron
expresión de esta crisis. Pero también el ascenso de las burguesías urbanas con
la imposición de nuevas formas económicas y el predominio del dinero constituyo
otra amenaza para el poder de los señores feudales.
A pesar del fuerte
impacto que para las sociedades europeas significó la crisis del siglo XIV, sin
embargo, ésta trajo los gérmenes del posterior desarrollo: las transformaciones
de la producción agropecuaria y de las manufacturas, la aparición de nuevas
áreas comerciales y el desarrollo de los mercados locales. Incluso, el
debilitamiento del poder feudal implicó la consolidación de las monarquías que
se transformaron en importantes agentes económicos.
La
formación de los imperios coloniales
A fines del siglo
XV (tras un largo período de estancamiento) comenzaron a detectarse los
primeros síntomas de reactivación que dieron origen a un proceso de expansión económica
a lo largo del siglo XVI. El fenómeno más notable fue el proceso de expansión
hacia la periferia iniciado por España y Portugal que culminó con la creación
de dos inmensos imperios coloniales. La economía europea se transformaba en una
economía mundial.
Tanto España como
Portugal contaban (por distintas razones, fundamentalmente, la guerra contra
los musulmanes) con poderes monárquicos tempranamente consolidados. Eran además
poderes dispuestos a apoyar empresas de gran envergadura que ampliaran el
horizonte económico: búsqueda de nuevas rutas y áreas de influencia, control de
circuitos económicos cada vez más amplios. Los motivos pueden encontrarse tal
vez en la necesidad de encontrar una salida a la tensión social, a conflictivas
situaciones internas: en Castilla, por ejemplo, una nobleza de hidalgos empobrecidos
esperaba que la corona les abriera la posibilidad de conseguir las tierras que
no tenían. A esto se unían otros factores que posibilitaron las empresas: una
buena tradición marinera, desarrolladas técnicas de navegación (la carabela se conocía
desde 1440), un adecuado desarrollo en astronomía y cartografía, una favorable posición
geográfica sobre el océano Atlántico.
Esta expansión hacia
la periferia culmino, entre fines del siglo XV y las primeras décadas del siglo
XVI, de un modo notable: en 1488, Bartolomé Díaz llegaba al sur de Africa, al
Cabo de Buena Esperanza; en 1492, Colón a América; en 1498 Vasco de Gama a
Calcuta; entre 1519 y 1520 la expedición de Magallanes realizaba el primer
viaje de circunnavegación.
Tras una etapa de
exploración, comenzaron los asentamientos que dieron origen a dos imperios
coloniales que prácticamente se dividieron el mundo[2]. Metales
americanos, pimienta desde Oriente, esclavos desde África se transformaron en
el trípode que permitieron a la economía europea transformarse en una economía mundial.
Los dos imperios
tuvieron características diferentes. El portugués fue una extensa línea de
puntos en la costa (puertos, depósitos, factorías) destinada a controlar el
tráfico marítimo, el español, en cambio, se apoyó en la conquista de
territorios y poblaciones. Sin embargo, ambos compartieron una misma concepción
de la economía: se consideraba que la riqueza no se creaba, sino que se
acumulaba. Era una concepción estática de la riqueza que consideraba (como la
tierra) un bien inmóvil. Era aún una concepción medieval de la economía que se
expresaba en la necesidad de reservarse para sí todos los mercados y que
consideraba el monopolio como la garantía para una mayor acumulación.
Las transformaciones del mundo rural. Agricultura comercial
y refeudalización
También en Europa
comenzaron a detectarse los síntomas de reanimación: aumento demográfico,
desarrollo de la agricultura y de la producción manufacturera. Como señala
Peter Kriedte, el primer indicio lo constituyó el crecimiento de la población.[3]
Ya a partir de
mediados del siglo XV comenzaron a aflojarse los controles. Si durante la
crisis, una de las formas de mantener una adecuada proporción entre la población
y alimentos había sido mantener la edad de los casamientos y favorecer el
celibato, estos mecanismos comenzaron a aligerarse: decrecía la edad de los
matrimonios (lo que era signo de tierras disponibles, de que las nuevas
familias podían tener una fuente de ingresos) y esto se traducía en un aumento
de la tasa de natalidad. Hacia el siglo XVI, la población europea había
alcanzado nuevamente los niveles anteriores
a la crisis del siglo XIV; sin embargo, había cambios: el mayor
crecimiento de la población se concentraba en las regiones del oeste y norte de
Europa, en detrimento de las regiones del Mediterráneo. Es un dato que el eje económico
europeo estaba comenzando a cambiar.
El crecimiento demográfico
exigía una mayor producción de alimentos, fundamentalmente cereales. Como consecuencia,
otra vez se roturaron tierras que habían sido abandonadas y se expandió la
superficie cultivada. Pero los cambios también se registraron en las formas que
asumía la organización de producción. Como señala Kriedte, la organización de
la producción comenzó a desarrollarse en formas divergentes en Europa
occidental y en Europa oriental. Los polos más extremos fueron, por un lado,
Inglaterra, donde se desarrolló una agricultura comercial con incipientes
relaciones capitalistas; por otro, Polonia y el oriente de los territorios
alemanes en donde la expansión agrícola se realizó sobre el reforzamiento de la
servidumbre feudal. En algunas regiones, la necesidad de expandir los campos de
cultivo entró en contradicción con las características que la producción
agropecuaria había adquirido tras la crisis del siglo XIV: los campos de
labranza que habían quedado vacios se habían convertido en tierras de pastoreo.
En Inglaterra, las tierras se transformaron en pasturas dedicadas a enormes
rebaños de ovejas cuya lana era el principal abastecimiento de las manufacturas
del continente. Como Tomás Moro denunciaba en Utopía, “las ovejas se comían a los hombres”. La necesidad de
conciliar la alimentación de los hombres con la alimentación de los animales
reforzó el sistema de explotación agropecuaria rotativa. Las tierras de labranza
eran transformadas periódicamente en praderas, para convertirlas después en
campos de labor. La roturación periódica y el estiércol mejoraron además la
calidad de la tierra.
Este sistema tuvo
un profundo impacto en el mundo rural: comenzó a transformar la antigua
estructura de la aldea campesina, con su antigua organización basada en campos abiertos
(open field) y trabajo comunitario.
En efecto, la
rotación agropecuaria, es decir la combinación de agricultura y pastoreo, era
solo posible en campos aislados o cercados. Era necesario entonces dar un nuevo
diseño a las tendencias: concentrar y unificar las pequeñas parcelas para
aumentar su eficiencia económica. Los promotores de los cercamientos fueron
principalmente los grandes terratenientes que podían exigir precios de
arrendamientos más altos en las tierras cercadas. A pesar de que en la nueva
redistribución de la tierra se debían respetar los derechos proporcionales
anteriores, para los campesinos la suerte fue dispar. Algunos pudieron
aprovechar la situación y transformarse en arrendatarios, incluso,
arrendatarios ricos. Pero para la mayor parte la única salida, ante la pérdida
de la tierra, fue transformarse en trabajadores asalariados. En síntesis, las
leyes del mercado comenzaban a modificar la sociedad agraria inglesa.
En la zona
centro-oriental de Europa, en particular en Polonia, también hubo una
importante expansión del cultivo de cereales, que se destinaban a la
exportación. Para ello, los cereales eran trasladados en balsa por el río
Vístula hasta Danzig, el principal puerto del Báltico. Los grandes señores eran
quienes impulsaban esta agricultura con destino al mercado: para aumentar la
producción y obtener el excedente exportable multiplicaron entonces los censos
e intensificaron las cargas serviles sobre los campesinos. Sin embargo, esto no
fue una simple vuelta al pasado. Este reforzamiento de la servidumbre se dio
dentro de un tipo de economía que se organizaba ya no en función del señorío
sino en función del mercado de exportación.
Entre ambos polos
(agricultura comercial y refeudalización) se registraba una gran variedad de
situaciones intermedias donde se combinaban viejos y nuevos elementos. En el
sur de Francia, por ejemplo, se difundió el sistema de aparcería, en donde el
terrateniente le entregaba tierras a un campesino, le adelantaba la semilla, el
costo de los útiles de labranza e incluso lo necesario para la manutención de
la familia a cambio de la mitad de la producción en bruto. Era un sistema donde
elementos nuevos como el arrendamiento se confundía con antiguos vínculos
sociales y que fácilmente (tal como en muchos casos ocurrió) podía deslizarse a
un tipo de relación feudal.
A pesar de la
existencia de situaciones diversas, la organización de la expansión agrícola en
dos polos divergentes fue la principal característica de la expansión del siglo
XVI. En sus contradicciones (como veremos más adelante), algunos autores
encuentran alguna de las claves de la “crisis” del siglo XVII.
Las
transformaciones de las manufacturas y el comercio. Capital mercantil y
producción manufacturera
La crisis del siglo
XIV había afectado menos a la economía manufacturera que a la agrícola. Se habían
visto trastocadas las industrias de lujo, organizada en rígidas corporaciones
dedicadas a elaborar (como los paños de Florencia) productos de alto precio y
calidad, dirigidos a un mercado restringido, pero no había perjudicado a la
industria domiciliaria rural, que se basaba en la capacidad para tejer de la
familia campesina.
Y este tipo de
industria domiciliaria habrá de sentar las bases de la expansión manufacturera
del siglo XVI.
Las manufactureras
fueron reactivadas por el aumento de una demanda que surgía del crecimiento de
la población y de los mercados que nacían con la expansión de ultramar. La principal
manufacturera continúo siendo (con excepción de algunos casos regionales) la
producción textil, que llena una necesidad humana básica después de la
alimentación. Sin duda el autoabastecimiento era aún muy alto en una sociedad
donde el mundo rural seguía siendo dominante, pero el aumento de la demanda y
la diversificación de la sociedad permitió el desarrollo de las new draperies, géneros relativamente
baratos hechos con lana cardada. Estos desarrollos permitieron además,
consolidar y colocar en un primer plano formas organizativas de la producción
que ya se ubicaban claramente fuera de las antiguas corporaciones medievales.
En efecto, en las
pequeñas ciudades y en el campo se enfatizó el sistema de trabajo a domicilio. Eran
pequeños productores que dependían de un comerciante que los abastecía de
materia prima, les otorgaba crédito y luego recogía el producto para
distribuirlo muchas veces en mercados muy distantes. En síntesis, era el
capital mercantil el que organizaba y dominaba la producción.
La expansión del
comercio fue otra de las características de este periodo. El mercado de
ultramar transformo, como ya señalamos, al mercado europeo en un mercado
mundial, en el cual holandeses e ingleses comenzaron a disputar a Portugal su
predominio en Oriente. Se trataba todavía de un comercio que mantenía características
tradicionales: especias y metales preciosos, es decir, productos de precio
alto, dirigidos a una demanda restringida. Sin embargo, en algunas regiones,
como el Báltico y en el Mar del Norte, el comercio comenzaba a adquirir características
modernas: ganado, cereales, textiles, es decir, productos de mayor volumen y
bajo precio, dirigidos a una demanda masiva. El intercambio también reflejaba
los cambios más profundos de la esfera económica.
La expansión del
siglo XVI se daba, sin embargo, dentro de marcos que aún eran predominantemente
rurales. La imposibilidad de romper con estos marcos llevó a este proceso
expansivo a encontrar sus propios límites. Como veremos, la “crisis” del siglo
XVII, al borrar estos obstáculos creó las condiciones para el advenimiento del
capitalismo.
2.
El
Estado absolutista y la sociedad
La formación del Estado Absolutista
La crisis del siglo XIV, al debilitar el poder feudal, favoreció no
sólo la consolidación territorial de los reinos, sino también el
fortalecimiento del poder de los reyes, poder que tendió cada vez más hacia el
modelo de la Monarquía absoluta[4].
Según este modelo, que se afianzo en los siglos XVI y XVII, el poder del
rey debía situarse en la cúspide de la sociedad, sin ninguna otra instancia a
la que pudiera apelar.
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